domingo, junio 18, 2006

Tributo



















En este día del padre, que está un poco gris, hice lo que a él tanto le gustaba, que era leer (cosa que cada vez me gusta más) y estuve principalmente con su vieja compañera, la insobornable soledad. Pensé en transcribir alguno de los poemas que le escribió a mi madre, pero eso queda entre mi madre y él... o en escribir alguna de las enseñanzas o ejemplos que me dejó... pero eso queda entre él y yo. Así que decidí realizar otra de sus costumbres. Cuando iba con nosotros (sus hijos) y se cruzaba con alguien, aunque fuera prácticamente un desconocido, se hinchaba de orgullo y nos presentaba "éste es mi hijo". Hoy voy a hincharme de orgullo y decirle a cualquier persona que pase por acá, sea conocida o no: Éste es mi viejo.

jueves, junio 15, 2006

Casualidades, dicen


La mujer abrió bien los ojos y miró hacia los costados. Nadie parecía darse cuenta de lo que le pasaba, cada una seguía atenta a su té y a alguna conversación. El corazón le galopaba en el pecho, sintió la desesperación de que el aire no entrara y comenzó a golpearse el pecho, se levantó volcando su taza y todas comenzaron a hablarle, alguna gritó algo de una ambulancia, otra le golpeó la espalda, fue hacia la ventana cerrada como buscando instintivamente más oxígeno, pero sabiendo que era inútil; el aire no estaba entrando, no podía ni toser, ni gritar, ni decir que sentía que se moría y que tenía miedo y que habían sido buenas amigas... que final horrible... vio que desde la cocina la hija de la dueña de casa soltaba un repasador y corría hacia ella, la rodeó por la espalda y empezó a apretarle la panza hasta que de golpe algo se movió en su garganta y tosió escupiendo la maldita medialuna... aspiró una bocanada desesperada de aire, tosió y por un segundo quiso estar sola y llorar porque había sentido que se moría. Tosió mirando hacia abajo más de la cuenta porque no podía recuperarse del susto... Cuando vio de nuevo a la hija la abrazó temblorosa y no le alcanzaron las palabras para agradecerle.
Intentó agradecerle por haber salvado su vida los meses siguientes enviándole flores y más flores.
Lo misterioso fue que la hija de la dueña de casa había aprendido esa maniobra para desobstruir vías aéreas en un curso la semana anterior.
(Homenaje a Virginia Pigretti)

viernes, junio 02, 2006

Momentos que no se olvidan


Encendió un fósforo y con él la hornalla. Primero de enero, hora de la siesta, solamente el sonido del televisor desde el comedor. Le gustaba mucho, por momentos, esa soledad...
El teléfono se empezó a mover. Número desconocido.
- Hola- se sentó en un banquito que había en la cocina y miró la llama azul- sí, no hay problema... lo que no tengo es auto, en este momento se los llevaron los otros sacerdotes... tiene que venir por panamericana, bajar en 202, cruzar e ir hasta el 700, ahi va a aparecer la parroquia de mano derecha...no, no hay por qué.
Con el teléfono en la mano esperó que hirviera el agua, preparó el té y fue a recostarse en el sillón frente al televisor hasta que sonara el timbre.
Cuando sonó, buscó en su cuarto un libro y un frasquito que contenía algodón con aceite para ungir enfermos y salió.
Dos chicas jóvenes con un hermano. Eran los nietos. Se acomodó en la camioneta y habló poco. Por lo general no le interesaba caer bien, sino hacer bien su trabajo. Hablaba más cuando se quería divertir, pero el día estaba nublado y era primero de enero. Una unción a alguien que se está muriendo muy pocas veces es divertido.
La clínica quedaba lejos, pero por la ruta fue rápido. Cuando llegaron el día parecía haberse vuelto más gris. El estacionamiento estaba casi vacío. Subieron en silencio por el ascensor y arriba esperaba el abuelo, que les agradeció emocionado por haber traído un cura. Saludó al cura a la antigua: estrechando fuerte la mano, mirando a los ojos, tratando de usted.
Avanzaron por el pasillo limpio y silencioso de la clínica y llegaron a la abuela. Muchos aparatos que hablaban del estado de su corazón y de que se estaba muriendo. La familia con mucho respeto alrededor de la cama, lágrimas sinceras. Aunque una unción puede ser fea, esa le pareció linda.
Cuando salieron el abuelo lo acompañó hasta el ascensor.
- Hace 65 años que estamos juntos- dijo con los ojos llorosos.
- Se acuerda el día que la conoció?-
Se le iluminó la cara- Sí, fue un 9 de julio, a las 9 de la noche, en un bar.
Sonrió por toda respuesta y lo saludó a la antigua: estrechando fuerte la mano, mirando a los ojos, tratando de usted.