sábado, abril 28, 2007

Huellas


Hace más o menos 4 mil quinientos millones (años más, años menos), algo le pegó a la tierra y la puso a rotar. Los astrónomos dicen que ése algo tenía el tamaño de marte. A mí me parece medio exagerado.. la hubiera partido al medio, pero quién sabe, por ahí la rozó nomás. Gracias a ése choque hay día y noche, sino la mitad del mundo tendría luz y la otra no.
En fin, cuestión que de aquel encuentro brotó una nube de polvo, que pasando apenas unas decenas de miles de años se condensó, se enfrió, y formó la luna. Los primeros años de la luna fueron muy ajetreados, porque muchos meteoritos la golpearon, y bastante fuerte, formando las manchas de la luna que le conocemos. El mar de la serenidad, de la tranquilidad, la cuenca de las lluvias, el mar de las crisis o del néctar son algunos. Se calcula que hace más o menos 3 mil millones de años que nada le pega fuerte a la luna, pero esas huellas no se borraron, como tampoco se borrarían las huellas del hombre, si es que la pisó, porque no hay viento, no hay erosión, las huellas quedan para siempre. Todo esto para decirle a alguien que sus huellas en mí no se van a borrar nunca.

martes, abril 03, 2007

Escrito por Eduardo Mangiarotti




Hubo varias criaturas inverosímiles que me fascinaron de un modo especial. Pero ya de chico una de las que más me interesaba era el Ave Fénix, ese pájaro que una y otra vez renacía de sus propias cenizas tras abrasarse en las llamas de su pira funeraria. Años más tarde, descubrí que en varios bestiarios medievales y en discursos teológicos antiguos el Fénix se convirtió en un símbolo de Cristo (como también lo son el Pelícano, el Pez, el Cordero y otros), más específicamente de su resurrección. Me parece un símbolo fantástico para los cristianos, mujeres y hombres "de constantes comienzos", como decia el hermano Roger. Personas capaces de renacer de sus propias cenizas, esto es, capaces de atravesar el fuego de la crisis para nacer a un modo nuevo de vida, a una etapa distinta. Mujeres y hombres que saben de la noche y la espera, que protegen con sus cenizas el rescoldo de una vida que se resiste a apagarse y sólo está esperando el momento oportuno para volver a encender todo.