Museo Abya Yala- Quito
En algún lugar de la selva y el tiempo, el anciano de la tribu shuar se
acerca al nuevo guerrero, que espera junto a la olla que hierve agitada su
contenido morboso. Un cráneo sanguinoliento yace al costado, ya sin
espíritu.
-Ya es tiempo- dice en dialecto.
El guerrero saca con un palo ahorquillado la piel de la cabeza que mató
hace apenas un rato. Todavía recuerda el sonido burbujeante de la primera
garganta que cortó, y cómo cabalgaba su corazón del miedo. Mentalmente repite
las enseñanzas del chamán que debe recordar: las plantas que debe elegir para
mezclar con el agua, las piedras adecuadas para secar y dar forma, las fibras
para coser. Quiere impresionar al anciano recordando todo a la primera. Le
tiembla el pulso: de pequeño miraba con admiración las cabezas colgando de los
guerreros y no puede creer que esa cabeza sea suya, ansía exhibirla frente a
sus amigos.
Deposita la cabeza que ya mide la mitad de una cabeza normal, sobre unas
hojas de palma. El anciano observa con atención esperando que el humo del
vapor se disipe. Le costó mucho separarla del cráneo y casi lo arruina todo al
apurarse. El chamán lo retó por coser con una sonrisa, le dijo que no tenía que alegrarse nunca más al hacer eso, que si lo hacía
mal Mesak, el espíritu vengativo de su víctima, escaparía y atacaría a su familia. El vapor se disipa, el anciano toma la cabeza
con cuidado murmurando algo antes de dar su veredicto. El joven guerrero siente
que su corazón se detiene. Si el viejo dice que está mal tendrá que matar de
nuevo y la idea por el momento le aterra. Quiere gozar su victoria un tiempo.
Tal vez la próxima vez sea él quien muera. Haber matado lo hizo sentir
invencible un momento pero cuando se alejó rápidamente con la cabeza aún
caliente y sangrando bajo su brazo percibió el miedo de que lo descubran, supo
que había tenido más suerte que habilidad en la lucha y dudó de que la suerte
le sirviera frente a varios contrincantes, aceleró los pasos y se sintió
cobarde.
El anciano asintió y le entregó la cabeza murmurando algo. Le dio algo
de beber, y fue a buscar arena caliente, para indicarle cómo secarla.
La semana pasada 3 jóvenes vieron el triunfo de ése joven guerrero en un
museo, junto a cabezas ganadas por sus amigos, sus padres,
abuelos o hijos.
Una leía en voz alta partes del cartel explicativo,
otro sacaba fotos y otra miraba sin poder creer que fueran reales.
- - Tzantza o cabeza
reducida es la práctica de la
tribu indígena de los Shuar
de
reducir cabezas. Este místico procedimiento, hacía que el nativo momificase y
conservara las cabezas de
sus enemigos como talismán y
trofeo de guerra…los Shuar creían que en la cabeza habitaba el
espíritu…cuidadosamente se separa la piel del cráneo, posteriormente se realiza una incisión en la parte superior del cuello,
y la piel, la grasa y la carne se retiran del cráneo. Se colocan semillas rojas
debajo de los párpados cosidos y la boca se une con tres pasadores de palma. Se
coloca una bola de madera con el fin de mantener la forma. La piel se hierve
entre quince y treinta minutos en agua y una gran variedad de hierbas que
contienen taninos, que evitan la caída del cabello…la razón por la que cocían
los párpados y la boca era porque creían que los sentidos estaban fuertemente
vinculados al espíritu, que podía escaparse por allí.
La idea de la cabeza y los sentidos
vinculados con el espíritu les pareció muy profunda.
- - Ningunos
boludos estos indios- dijo uno, y siguieron leyendo
-
Por
cientos de años, ningún extranjero se atrevió a penetrar los dominios de los Shuar,
se rumoreaba que mataban a cualquier forastero que encontraran en sus tierras.
Pero en el siglo XIX aventureros europeos se adentraron en el Amazonas y
conocieron tribus que comerciaban con los Shuar. Pronto, un extraño y
macabro obsequio comenzó a aparecer en los salones de moda de la elite europea.
- - Ahí
tenés, entra en juego el mundo civilizado. Qué boludos estos ricos…
- - Boludos
e hijos de puta.
- - Puedo
seguir leyendo? Gracias. En la época victoriana los coleccionistas ricos que
querían entretenerse después de cenar sacaban de sus pulidos armarios sus
cabezas-trofeos, compradas a algún coleccionista que fue a la selva. Como
resultado de esto, en la década del 50’ comenzó una gran demanda por cabezas
reducidas y los Shuar comenzaron a intercambiarlas por armas de fuego,
provocando matanzas que se alejaban de los fines rituales iniciales. En la
década del 70’ se prohibió el tráfico de cabezas reducidas. Actualmente está
prohibida por ley la práctica de la reducción de cabezas humanas. Por ese
motivo los Shuar continúan manteniendo la costumbre reduciendo cabezas
de los monos aulladores que cazan para comer.
Los tres sabían de la existencia de tribus en aislamiento
voluntario, viviendo en lo más profundo de la selva amazónica, dispuestos a
lancear a cualquiera que se atreva a pisar su territorio, aunque fuese el
presidente de una república que no reconocen.
- Quién sabe si no lo siguen haciendo? Ojalá, que
mantengan sus costumbres… quién decide qué está bien y qué está mal? (Querer comprar
y vender todo es menos “salvaje”?)
Y pasaron a otra sala.
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