miércoles, agosto 05, 2015

Museo Abya Yala- Quito


En algún lugar de la selva y el tiempo, el anciano de la tribu shuar se acerca al nuevo guerrero, que espera junto a la olla que hierve agitada su contenido morboso. Un cráneo sanguinoliento yace al costado, ya sin espíritu. 
-Ya es tiempo- dice en dialecto.
El guerrero saca con un palo ahorquillado la piel de la cabeza que mató hace apenas un rato. Todavía recuerda el sonido burbujeante de la primera garganta que cortó, y cómo cabalgaba su corazón del miedo. Mentalmente repite las enseñanzas del chamán que debe recordar: las plantas que debe elegir para mezclar con el agua, las piedras adecuadas para secar y dar forma, las fibras para coser. Quiere impresionar al anciano recordando todo a la primera. Le tiembla el pulso: de pequeño miraba con admiración las cabezas colgando de los guerreros y no puede creer que esa cabeza sea suya, ansía exhibirla frente a sus amigos. 
Deposita la cabeza que ya mide la mitad de una cabeza normal, sobre unas hojas de palma. El anciano observa con atención esperando  que el humo del vapor se disipe. Le costó mucho separarla del cráneo y casi lo arruina todo al apurarse. El chamán lo retó por coser con una sonrisa, le dijo que no tenía que alegrarse nunca más al hacer eso, que si lo hacía mal Mesak, el espíritu vengativo de su víctima, escaparía y atacaría a su familia. El vapor se disipa, el anciano toma la cabeza con cuidado murmurando algo antes de dar su veredicto. El joven guerrero siente que su corazón se detiene. Si el viejo dice que está mal tendrá que matar de nuevo y la idea por el momento le aterra. Quiere gozar su victoria un tiempo. Tal vez la próxima vez sea él quien muera. Haber matado lo hizo sentir invencible un momento pero cuando se alejó rápidamente con la cabeza aún caliente y sangrando bajo su brazo percibió el miedo de que lo descubran, supo que había tenido más suerte que habilidad en la lucha y dudó de que la suerte le sirviera frente a varios contrincantes, aceleró los pasos y se sintió cobarde.
El anciano asintió y le entregó la cabeza murmurando algo. Le dio algo de beber, y fue a buscar arena caliente, para indicarle cómo secarla.


La semana pasada 3 jóvenes vieron el triunfo de ése joven guerrero en un museo, junto a cabezas ganadas por sus amigos, sus padres, abuelos o hijos.
Una leía en voz alta partes del cartel explicativo, otro sacaba fotos y otra miraba sin poder creer que fueran reales.
-         - Tzantza o cabeza reducida es la práctica de la tribu indígena de los Shuar  de reducir cabezas. Este místico procedimiento, hacía que el nativo momificase y conservara las cabezas de sus enemigos como talismán y trofeo de guerra…los Shuar creían que en la cabeza habitaba el espíritu…cuidadosamente se separa la piel del cráneo, posteriormente se realiza una incisión en la parte superior del cuello, y la piel, la grasa y la carne se retiran del cráneo. Se colocan semillas rojas debajo de los párpados cosidos y la boca se une con tres pasadores de palma. Se coloca una bola de madera con el fin de mantener la forma. La piel se hierve entre quince y treinta minutos en agua y una gran variedad de hierbas que contienen taninos, que evitan la caída del cabello…la razón por la que cocían los párpados y la boca era porque creían que los sentidos estaban fuertemente vinculados al espíritu, que podía escaparse por allí.
La idea de la cabeza y los sentidos vinculados con el espíritu les pareció muy profunda.
-        -  Ningunos boludos estos indios- dijo uno, y siguieron leyendo
-         Por cientos de años, ningún extranjero se atrevió a penetrar los dominios de los Shuar, se rumoreaba que mataban a cualquier forastero que encontraran en sus tierras. Pero en el siglo XIX aventureros europeos se adentraron en el Amazonas y conocieron tribus que comerciaban con los Shuar. Pronto, un extraño y macabro obsequio comenzó a aparecer en los salones de moda de la elite europea.
-         - Ahí tenés, entra en juego el mundo civilizado. Qué boludos estos ricos…
-         -  Boludos e hijos de puta.
-         - Puedo seguir leyendo? Gracias. En la época victoriana los coleccionistas ricos que querían entretenerse después de cenar sacaban de sus pulidos armarios sus cabezas-trofeos, compradas a algún coleccionista que fue a la selva. Como resultado de esto, en la década del 50’ comenzó una gran demanda por cabezas reducidas y los Shuar comenzaron a intercambiarlas por armas de fuego, provocando matanzas que se alejaban de los fines rituales iniciales. En la década del 70’ se prohibió el tráfico de cabezas reducidas. Actualmente está prohibida por ley la práctica de la reducción de cabezas humanas. Por ese motivo los Shuar continúan manteniendo la costumbre reduciendo cabezas de los monos aulladores que cazan para comer.
Los tres sabían de la existencia de tribus en aislamiento voluntario, viviendo en lo más profundo de la selva amazónica, dispuestos a lancear a cualquiera que se atreva a pisar su territorio, aunque fuese el presidente de una república que no reconocen.
- Quién sabe si no lo siguen haciendo? Ojalá, que mantengan sus costumbres… quién decide qué está bien y qué está mal? (Querer comprar y vender todo es menos “salvaje”?)
Y pasaron a otra sala.