miércoles, septiembre 02, 2015

Los Nuncios


Trabajaba con sus hermanos. Volver a verlos con vida siempre lo sorprendía. Desde el andamio todavía veían el sol cuando para toda Nápoles ya había atardecido. De golpe él se paraba. Sonreía a sus hermanos que no entendían qué hacía de pie. Les daba la espalda mirando al vacío, y daba un paso. La caída era infinita y le parecía escuchar a su alrededor los andamios cayendo una y otra vez. Despertaba empapado en sudor.
Luego de los velorios se subió a un andamio lo antes posible. Dicen que hay que montar rápidamente luego de una caída de caballo para no agarrarle miedo y él no tenía miedo. Pero con el dolor no pudo. Con el viento se colaba en su mente una carcajada antigua o el rostro sonriente de alguno de ellos, recordaba una mirada concentrada en el trabajo y perdía noción del tiempo hasta que alguien le gritaba “Nunzio! Estás bien? Querés bajar un rato?”. Por años habían restaurado Iglesias juntos, y no sólo era su oficio, allí había encontrado paz mucho tiempo, pero ahora entre las torres y los campanarios veía fantasmas y no había gárgola que pudiese espantarlos.
Fue cuando decidió poner mar de por medio y se vino a la Argentina.  Muchos compatriotas hacían lo mismo porque decían que acá sobraba la tierra y podrían ser dueños en poco tiempo, pero él lo hizo para escapar. No para olvidar. No quería olvidar a sus hermanos, al contrario, quería recordarlos mejor, sin dolor. En el mismo lugar no podía, allí los recuerdos dominaban y eran crueles. No es común hacer semejante viaje nada más que para poder recordar mejor a un hermano, pero era lo menos que podía hacer, ya que no los había podido salvar, ya que los había abandonado en las garras de la fuerza de gravedad, o era la única forma de escapar de la culpa. Cuando muere un ser querido, siempre nos faltó hacer algo, las tuercas nos acusan de no haberlas ajustado suficiente, el destino nos basurea por no ser adivinos. Hay que escapar para salvar el alma. Para sobrevivir ante una amenaza las respuestas son lucha o huida, si la amenaza es muy grande no es cobarde huir, es tonto luchar.
En Argentina se dejó llevar por la corriente, y como muchos paisanos se dedicaban a la pesca los siguió, y terminó en Mar del Plata. Las redes y el mar fueron devolviéndole la paz. Pocas personas se enteran de que con sus manos están tejiendo la historia y así fue en Mar del Plata. Los tanos fueron pioneros en esta actividad. Hoy día hay un monumento a los primeros pescadores de Mar del Plata, y en él hay una parte del dolor de mi bisabuelo, que todavía lloraría a sus hermanos sobre el mar cuando la luz del atardecer o algún otro detalle los trajese de visita. 
Nadie hubiese esperado otra Guerra, tan pronto. Y sus paisanos estaban preocupados por los hermanos que habían quedado allá, a merced de las bombas. Él entendía la impotencia de no poder hacer nada para salvar a un hermano, así que hizo lo que pudo por sus paisanos. Era uno de los pocos que sabían leer. Todas las tardes se encerraba con la radio y un gran mapa de Italia. Escuchaba el parte de los bombardeos y marcaba en el mapa los pueblos afectados, las zonas cercanas y la gravedad de los daños relatados por el locutor. No quería que nadie lo molestara mientras hacía eso, por lo que todos tenían la entrada absolutamente prohibida salvo su nieto: Nuncio, mi viejo, que en ese momento tendría 4 o 5 años pero recuerda mirar con asombro a su abuelo concentrado en la radio y el mapa. Trataba de asomarse a la mesa para ver, pero no molestaba porque entendía que eso era importante aunque no pudiese ni imaginar lo que era una guerra. Por lo menos hasta los 15 años en que vería caer bombas sobre la Plaza de Mayo y escaparía por las arcadas de Paseo Colón.

Cuando terminaba la transmisión, su abuelo agarraba el mapa y se acercaba a la puerta, donde los tanos se agolpaban para enterarse de las novedades y el viejo los veía, entre las piernas de su abuelo, escuchar atentos, expectantes, preocupados, al hombre que sabía de reconstruir templos y de perder hermanos, contarles dónde había caído esta vez la maldita lluvia de fuego.

3 Comments:

Blogger Unknown said...

Hola Juan, Soy Oscar. Muy emotivo el relato, desconozco como lo pudiste reconstruir pero hace llorar a los que somos miembros de esta familia.
Muchas gracias.
Busca por facebook a Victor Hugo García y enviárselo. Victor Hugo, Walter y Elizabeth son hijos de María del Carmen Aversa, hija a su vez de un tío abuelo tuyo (hermano de mi papá).
Un fuerte abrazo.
Oscar

septiembre 04, 2015 8:41 a.m.  
Blogger Juan Ignacio said...

Muchas gracias querido primo!! sigo encontrando fotos y tratando de reconstruir la historia de a poquito para que no se pierda! volví de Ecuador pero me tocaron las prácticas los domingos, creo que es un mes y medio nada más, cuando afloje nos encontramos!! un gran abrazo!

septiembre 04, 2015 2:00 p.m.  
Blogger IWishUWasHere said...

Gracias Oscar y Juan por tan Bellos recuerdos de Mis Aversas ... un fuerte abrazo a ambos y te voy a seguir mandando información de nuestra Sangre.. Por Favor se me cuidan... Víctor

noviembre 08, 2020 8:36 p.m.  

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