lunes, marzo 27, 2006

4.30 am

No sonó el despertador. No fue un trueno, ni una sirena, ni un tiro, nada... absolutamente nada, hizo ruido.
Me desperté solo.
Después de apretar la parte del despertador que iluminaba la hora tuve la sensación ridícula de tener que conectarme a internet. Tan ridícula como un deber a la madrugada, que no sea urgente. Después de insultarme unos momentos pasaron por la imaginación rostros que podrían estar del otro lado de la pantalla pensando "por favor que aparezca alguien"y me levanté casi murmurando que soy un imbécil, que me iba a encontrar con una pantalla vacía, burlándose de mí.
Encima estaba fresco y no daba para vestirse. Bajé así nomás por la escalera larga de madera. Las sombras se reían a carcajadas del insomne. La computadora tardó una eternidad en mostrarme una pantalla dónde escribir. Cuando por fin lo hice me encontré con lo obvio, lo normal, lo que estaba esperando para odiar: nadie conectado.
Estaba por desconectarme cuando empezó a titilar una conversación. Era una amiga.
Le sonreí a las sombras.