viernes, septiembre 04, 2015

A través del fuego


El país podía prenderse fuego que si estabas en el seminario (estudiando para cura) ni te enterabas. Así fue en el 2001. Inclusive él salió de noche sin documentos, habiendo toque de queda, y cuando lo paró la cana mostró el cuellito de cura y poco más le piden perdón por pararlo. Igual, vos podías estar en una burbuja pero tu familia seguía inmersa en el mundo, sufriendo.
Atendió el teléfono
- Parroquia Niño Jesús de Praga.
- Qué bueno que te encuentro hermanito, estoy en el laburo, viste los quilombos que hay en capital? bueno, mataron un pibe acá en la puerta y no nos dejan salir si no nos vienen a buscar, el viejo me está esperando en el Tortoni para acompañarme pero no le puedo avisar que no puedo salir (en esa época no todos tenían celular) podés venirme a buscar?
- Recordame la dirección de tu laburo
- Av de mayo 560
- Dale, tengo un rato de viaje, pero voy

El padre Jaime puso cara de culo cuando le avisó que iba a buscar a su hermana porque habían matado a alguien en la puerta de su trabajo, en el medio de las manifestaciones. No fue porque le preocupara la situación de su hermana, del país, o de su seminarista, que eran pocos y no podían darse el lujo de perder uno, sino porque había que ir a buscar las tarjetas de navidad a la imprenta, y el seminarista se había comprometido a hacerlo esa tarde. El rostro insensible de la Iglesia. Colando mosquitos y tragándose camellos. Pelotudeando con la Navidad cuando medio país se cagaba de hambre en pesebres. Fue a buscar las benditas tarjetas con la bicicleta, y por la furia con la que pedaleaba arriesgó su vida entre los autos un par de veces. Al volver tiró la bicicleta a un costado sin atarla y las tarjetas al escritorio de una secretaria que quedó bastante sorprendida de semejante actitud de un hombre de Dios, y voló hasta el tren.
Fue mirando en la guía como llegar, pasó del tren al colectivo y cuando vio que las calles cercanas estaban cortadas y el bondi desviaba se bajó.

Mucha gente caminaba con él en una escena apocalíptica, pero todos fueron desapareciendo cuando el olor a humo se hacía más intenso y se escuchaban los tiros de gas lacrimógeno, de balas de goma y alguna que otra bala de plomo para recordar otras épocas. Siguió caminando por una calle vacía. No conocía capital y venía de la burbuja religiosa por lo que no sabía por dónde le convenía ir ni donde pasaba lo peor, así que había decidido ir derecho a buscar a su hermana por la lógica que dictaba el mapa, atravesando lo que hubiese que atravesar. Confiaba en que una decisión fuera suficiente para atravesar el fuego. Se cerró el cuellito de cura como si fuera un chaleco antibalas, o un pasaporte.
En la calle siguiente fue avanzando con unos policías que estaban en actitud de combate, disparando y parapetándose, avanzando. Caminó por un costado junto a ellos y se preocupó un poco cuando los vio recular con cierto cagazo en el rostro. Un cana de bigote canoso cubría la retirada con gas lacrimógeno.  Miró hacia adelante y vio a los muchachos en cuero con las remeras protegiéndoles la boca del gas tirando cascotes bastante importantes que hacían retumbar el asfalto. Había una línea invisible de supremacía que estaba haciendo retroceder a la cana y estaba en medio de los dos bandos. Él tenía que doblar en esa esquina. No corrió para que no lo confundan con ninguno de los bandos, pero aceleró un poco el paso porque la línea de fuego de los cascotes se acercaba a la esquina y no quería retroceder, tenía sólo un recorrido en la cabeza y no le parecía buena idea volver a mirar el mapa. Dobló cuando la esquina era tomada por el pueblo.
Caminó un par de cuadras por calles vacías pero tensas, con ruidos y olor a guerra, a bombardeo. Se topó con un cordón policial.
- No puede pasar
- Voy a buscar a mi hermana y salgo- dijo esto pasando por un costado, mostrando las manos, sin detenerse
- No lo van a dejar pasar más adelante.
Poco después apareció por un costado de la Plaza de Mayo, cerca de la casa Rosada. Hacia el obelisco la batalla era intensa y el cordón policial esta vez era de infantería, con cascos y escudos. Uno le gritó que no podía pasar pero repitió que iba a buscar a su hermana y tenía que pasar, señaló su cuello de cura y aprovechó que al cana se le llenó el culo de preguntas para pasar. Sin el pasaporte tal vez lo hubiesen molido a palos y todavía estaría preso.
Y atravesó la Plaza de la Revolución, la Plaza donde los cabecitas negras se mojaron las patas en la fuente y los marinos los bombardeaban en el 55', la Plaza caminada por Madres de desaparecidos. Atravesó la historia entrando por la puerta de atrás. No era protagonista sino testigo. No era de ningún bando como sus padres o su tío en los 70', sino que representaba la tibieza eclesial, que finge no ponerse a favor de nadie pero miente y esta bien acovachada allá, con el poder.
Gramsci dice que el Estado no es represor siempre, sino cuando demasiados despertaron. Los canales más simpáticos de dominación son los medios y la escuela, pero si mucha gente se da cuenta y se rebela, el poder se enfurece, saca el bastón y se defiende como lo que siempre es: una bestia egoísta.
Saliendo de la plaza volvió la paz armada. Al doblar encontró algunas personas misteriosamente reunidas en la puerta de un banco. Uno lo enfrentó para analizar si era una amenaza a la operación pero cuando vio que era un transeúnte loco o un pelotudo, lo dejó pasar. Pisó un charco al pasar y sintió olor a nafta, más adelante se dio vuelta, y el banco ya estaba ardiendo. Mucho después entendería esa escena.

 Cuando llegó a la esquina de Avenida de Mayo escaneó posibles amenazas. Se notaba que había habido una batalla campal pero en ese momento había mengüado. Había que aprovechar antes que la cosa explote de nuevo.
Vió el charco de sangre en el medio de la calle. Sangre que bien podría haber sido de su hermana. Un tiempo despúes habría una placa recordando esa muerte. Algunos dijeron que el asesino fue un francotirador desde un banco, otros que fue un policía.
Golpeó la persiana, dijo que venía a buscar a María Aversa, y a los pocos minutos salió su hermana.
- Por qué calle nos conviene salir?- preguntó al portero
- Creo que por esa esquina.
Caminaron una cuadra y llegaron a una esquina llena de escombros en el piso, a media cuadra hacia la izquierda las hordas populares reclamaban aunque sea un pequeño espacio en el capitalismo neoliberal para poder trabajar y vivir. Su hermana se frenó a sacarse los tacos justo a tiempo: la multitud ahora corría hacia ellos con cara de horror al grito de viene una tanqueta! la agarró de la mano y empezaron a correr entre los escombros. Llegaron a una diagonal y escaneó: hacia un lado se veía fuego, hacia otro humo, y hacia el último colectivos pasando: corrieron hacia allí. Cuando llegaron parecía otra dimensión; la maquinaria en algún lado seguía funcionando como si nada. Paró un taxi, le pidió que la lleve a retiro, le dejó plata, un beso, y se fue a rescatar a padre que debía seguir esperando en el Tortoni, si el Tortoni no ardía ya. De vuelta a las fauces del quilombo.

El Tortoni estaba cerrado. Si padre había sobrevivido a los 70' habría encontrado la forma de salir a salvo, o estaría disfrutando en una barricada, hora de irse...pero lo sedujo un poco la batalla, la sangre tira y en lugar de ir hacia la paz fue hacia donde se veía más movimiento: la 9 de Julio. Desde una esquina vio una tanqueta dando vueltas, atacando, persiguiendo, y cómo un pigmeo le clavaba una rama para trabarle la cabina. La vio tratar de zafarse de la rama, como un animal herido y nervioso. Siguió caminando por la 9 de Julio, contemplando el infierno y al atravesar una bocacalle el pueblo retrocedía a su alrededor y un cana lo apuntaba con una escopeta y disparaba. El cuerpo se tensó de adrenalina cuando sintió la bala de goma rebotando por el cordón de la vereda y corrió con la gente y se refugió a un costado. Después se mandó hacia el boulevard del medio para no sentirse tan cagón y tratar de ocupar un puesto, tomar partido, en un bando donde  nadie lo conocía, heredar la lucha de otros cuando ya estaba madura y dando frutos, habiéndose ahorrado el laburo más duro, el de hormiga. Pero la realidad no tardó en expulsarlo de un lugar que no merecía. Cuando se unió a la masa, sobre ellos caían dos bombas lacrimógenas, esquivó la primera y pasó al lado de una chica con un pañuelo en el rostro que gritaba hijos de putaaa!!! la segunda bomba calló en diagonal hacia donde estaba avanzando, se apuró para esquivar el humo pero no pudo y sintió que le ardía la garganta, que le quemaban los pulmones y el aire que entraba no servía. Empezó a correr con otros hacia una calle lateral y al correr se ahogaba peor y le quemaba todo por dentro mucho más. Tampoco podía ver bien porque le ardía la vista y las lágrimas nublaban todo. Sintió que se ahogaba y pensó que no la contaba. La adrenalina del pánico lo bañó en transpiración, y en el sudor se pegaba el gas y le picaba. Tuvo arcadas y si hubiera tenido algo en el estómago lo hubiese vomitado, el gas lacrimógeno estaba vencido.
Suficiente Revolución para él...por ahora.
Cuando pudo volver a respirar fue bordeando el quilombo hacia Retiro, y en una calle tranquila, se metió en los regazos de la santa madre, una parroquia ajena a todo, en horario de secretaría, y se lavó la cara y los ojos para que el gas afloje un poco.
Nadie lo vió. Pero estuvo ahí.