domingo, septiembre 14, 2008

Lo que puede traer la Marea


El hombre lucha contra el frío. Tiene hambre, además. Tiene tanta que casi ya no tiene, está por pasar a esa etapa donde se olvida el hambre, esa etapa peligrosa donde las piernas tiemblan hasta que no responden. Prefiere ni recordar lo último que comió porque está empezando a perder la noción de cuándo fue, y se concentra en lo que habrá en el refugio. Tomar conciencia de que el cuerpo está empezando a dejar de responder puede hacer aparecer el miedo. La mente es lo principal en este momento. La mente empuja. La mente dice "vamos a salir de acá... no nos vamos a morir en esta montaña de mierda" si la mente encuentra un para qué empuja más allá de la resistencia posible. Una vez salió de otra montaña pensando "quiero charlar una vez más con Maga...simplemente charlar, y tomar mate" y esa idea simple le salvó la vida. No pensó "quiero ver crecer hijos", ni "quiero terminar tal proyecto" ni siquiera "quiero decirle a tal que la amo", era solamente tomar mate con una amiga.
La simplicidad nos salva, a veces.
Pero en el fondo también sabía, por experiencia, que la mente empuja más allá de toda resistencia posible, la mente no llega a lo imposible, más allá está el alma desnuda, Dios o el destino si es que tal cosa existe. No tenía que ir para el fondo en este momento, ni hacer caso a los signos del cuerpo que empiezan a decir "lo posible se extingue" como una vela que por mucho que se la proteja en algún momento se apaga. En este momento que el pulso comience a acelerarse le da más miedo que el demonio mismo, por eso lo último que haría sería sacarse un guante para tomarse el pulso, aunque comience a sentir el latido acelerarse en sus sienes...es un ejercicio de negación importante no prestar atención a que está perdiendo el control de sus piernas, y se tropieza permanentemente, tarda mucho más en moverlas.
Finalmente lo ve. Sólido como una esperanza, a lo lejos se ve el refugio. Ríe solo.
Cuando las piernas ya no quieren más, camina con las manos, después con las rodillas... se vuelve a parar. Teniendo el refugio a la vista caminaría con los dientes antes de rendirse.
Recuerda permanentemente un cuadro que le regaló a su padre que decía "la peor derrota: el desaliento", recuerda la forma y los colores de las letras, hasta la porosidad de la madera. Siente más el cartel que la nieve que lo empapa y el viento que lo va congelando de a poco.
Estando a dos metros tiene el súbito terror de morir antes de abrir la puerta.
Pero llega.
Empuja la puerta de madera...de madera como el cartel de su padre y recorre el refugio sintiendo un extraño placer, como una paz; pero a medida que lo recorre una sensación de horror crece en su pecho, el desaliento se vuelve más frío que la nieve y el hombre cae, en el medio del refugio vacío. No quedó nada. Ni latas, ni leña, ni purificadores de agua, ni radio, ni nada de lo que en general hay en los refugios. Nada. Sólamente una bengala que no se puede comer.
Cae a dejarse morir. Sabe, por experiencia, que la hipotermia está avanzada, el shock y la anemia lo van a matar antes de que llegue la noche.


El profesor de filosofía se pasea.
- Es muy difícil salir de esta situación- genera suspenso- se necesita una fuerza sobrehumana para volver a levantarse de ahí. No hay peor fuerza depresora que esa... hacer semejante esfuerzo, semejante peregrinación con una esperanza y al llegar, que no haya nada. Es un lugar de vacío... el lugar de los intentos de suicidio. La ilusión se convierte en una desilusión de muerte. La vida a veces pone en ése lugar, rueguen para que no les pase.
El alumno recuerda una película. Recuerda la película de un náufrago, su procesión es sobrevivir, atravesar el mar, y cuando llega a su refugio, su esperanza, ya no hay nada, se casó con otro. Y habla con un amigo y le dice que está triste por haberla perdido por segunda vez, pero sabe lo que tiene que hacer, y es lo mismo que lo sacó de la isla: simplemente tiene que seguir respirando, porque va a llegar un nuevo día y no se sabe lo que puede traer la marea...

Aunque la vida se le va, con la serenidad insobornable de la arena que resbala, sigue recordando el cartel, el color de las letras, el olor de la madera. El refugio va volviéndose más oscuro y piensa que le gustaría rezar, pero no puede recordar las palabras de ninguna oración, ni hablar, ni pensar en ninguna palabra que no sean las que ve escritas, y ya no puede leer, en el cartel, por lo que eleva a Dios su deseo, solamente, de poder rezar.
Cierra los ojos y se duerme.

Se despierta agitado. Era una pesadilla. Abre bien los ojos. Esa oscuridad es como la de su cuarto. Es una oscuridad como cualquier otra. Trata de moverse pero no puede. Se resiste a pensar que no fue una pesadilla, se resiste a pensar que sigue en un refugio, en el medio de la nada, y que tiene que atravesar la muerte. La puta muerte que no teme pero no quiere ver, no quiere saber cómo es, no está listo. Antes pudo estar listo, pero ahora no.
La vida es linda, aunque tenga refugios vacíos.
Esos pensamientos fueron tan fuertes que estuvieron tapando el ruido que lo despertó. Un ronroneo particular... está seguro de que conoce ése ruido pero no se puede acordar qué es... el ruido lo aturde y lo marea. La cabaña se sacude por el viento que produce el helicóptero. Entra un poco de luz que el piloto proyecta para estar seguro de que ahí no está la persona que están buscando, antes de retirarse a la base y esperar que el clima mejore. La luz que entra por las hendijas de la madera, luz blanca, artificial, y el ruido de motor se arman en su cabeza como un rompecabezas lento y la idea de que hay un helicóptero afuera es como una inyección de adrenalina. De golpe recuerda y tantea sin levantarse en la oscuridad hasta que encuentra la bengala, al partirla la enciende y mira, enceguecido, hasta que ve la puerta y se arrastra hacia allá. Sabe que es de noche y el clima está horrible para volar, asi que fuerza el cuerpo al límite porque no hay tiempo. La sensación de que el helicóptero se vaya y haber estado tan cerca de salvarse lo aterriroza. Llega a la puerta y tira; pero no puede abrirla. No le quedan fuerzas. Tira de nuevo. Ya no entra la luz del helicóptero por las hendijas de la cabaña y reconoce que el ruido está cambiando, el helicóptero gira. Tira otra vez y la puerta se abre.

El piloto echa una última mirada a la cabaña y abre bien los ojos. Toma la radio para avisar que lo encontraron, y que va a descender.