miércoles, junio 17, 2009

a Dios







Mi rezo no es una negociación con Vos. No me arrodillo para pedirte algo. Mi rezo es una despojada forma de expresarte mi alegría de estar vivo. Devolverte algo del privilegio que nos concediste dándonos la vida. Lo demás es asunto nuestro. No te pido que me libres de mis enemigos, ni que me libres del mal. Ni que me guíes para elegir, sin equivocarme nunca, el bien. No te pido que me protejas. De mis enemigos, me hago cargo yo, también de librarme del mal y elegir el bien. Porque quiero ser yo quien decida de qué librarme y qué elegir..yo quien decida dónde está el bien, dónde el mal. Y yo, temerariamente, quien corra el riesgo de confundirlos, de equivocarme. No tenés por qué contraer el trabajo de velar por los míos ni por mí.
Señor, no esperes nunca un reproche de mí. Si mi suerte es adversa es la mía. Si no lo es, también. Soy tu creación, no tu objeto de cuidado. No tu responsabilidad. Jamás te voy a molestar con quejas sobre mi destino. No te molesté cuando murió mi amigo, mi madre ni mi padre, no te molesté ni lo voy a hacer por nada de lo que nos pasó ni lo voy a hacer por cualquier cosa que nos pase.
Para mí no estás ausente, menos aún en silencio. Tu presencia es abrumadora. Todo lo que existe, existe para expresarla. Tu silencio es un invento del egoísmo y de la egolatría de los hombres, tanto de los pequeños como de los grandes. Creen ser dignos de que les dirijas la palabra. De que les ahorres el dolor. El espanto. Los pequeños son egoístas, tienen miedo. Todo egoísta es un cobarde: sólo piensa en sí mismo, sólo pide que nada lo hiera, que nada lo asuste, quiere escapar, sobre todo, al pavor de la Muerte. Si escucha tu voz, si tú le hablas se calmará. De aquí que cuestione tu silencio. ¿Qué clase de Dios es éste que no sosiega mis terrores, que no me habla con dulces palabras, que no me hace saber que me protege, que me cuida y me cuidaráhasta el instante final, el del supremo pavor? Los grandes son ególatras, tu silencio los ofende. Bergman pertenece a esta raza: la de los que quieren hablarte de igual a igual. Porque creen ser dioses. ¿Qué clase de Dios es ése que no me dirige la palabra, que no se digna presentarse ante mí, que me ignora? ¿Tan poca cosa cree que soy, tan escasamente valora mi talento, tan fácil le es existir sin mí, no cruzar conmigo siquiera un par de frases, desconocer mis opiniones, saber si creo o no en Él? Insatisfechos, ofendidos o temerosos, incesantemente se quejan. Nunca vas a escuchar de mí un reparo, un lamento. Tu presencia y tu voz son el hecho irrefutable de la vida que me diste. No necesito buscarte en otros paisajes. En otras geografías. Al contrario, estás, a veces, demasiado presente. Tu voz, que otros no escuchan, a mí me aturde. Porque me aturde la vida que arde en mi sangre. Esa vida, la que me diste, suele excederme, desbordarme. ¿Qué más necesito para creer en tu existencia y expresarte mi alegría? Día tras día, siempre, mis plegarias van a ser para eso, para agradecerte ese hecho irrefutable: la vida que recibí de tu hermético, recóndito poder. No necesito más. El resto me corresponde. Es mi libertad.
Sólo me importa decirte lo que siempre te dije. Ya sea en latín, en español tedioso o en porteño: no te preocupes por mí. Soy tu creación y con eso me alcanza para venerarte. Si llegás a querer callarte, no hables. Si alguien es dueño de sus actos, ése sos Vos. De mí, olvidate. De mí me ocupo yo. Porque quiero ser libre y hasta pelear por la libertad de los otros, de los oprimidos, de los explotados, de los pobres. Nunca te voy a preguntar por qué hay tanto hambre, tanta miseria en este mundo. Porque lo sé: está lleno de hijos de puta. Voy a confesarte algo: algunos piensan que estás con ellos. Del lado de los hijos de puta. Que te rezan en las mejores iglesias porque poseen fortunas para construirlas. Creen, ellos, que halagarte, que erigirte catedrales, es apresar tu corazón. Otros creen que los poderosos, por ofrecerte sus lujos, te piden ayuda y vos los ayudás. Otros peor todavía: que no sólo los ayudás sino que sos uno de ellos. Que tu corporación es el Vaticano. No entienden. No saben la verdad. Lo que tenías que hacer ya lo hiciste. Ahora, la lucha es asunto nuestro.




José Pablo Feinman imagina cómo rezaría Abal Medina, modifiqué ése texto y lo hice mío