viernes, abril 10, 2009

Ser disponible

Hizo de todo en la vida. Fue ateo, marxista, mercenario de la Legión Extranjera. En las guerras mató a mucha gente. De repente se convirtió. Se hizo monje sin salir del mundo. Se puso a trabajar como estibador y dedicaba todo el tiempo libre a la oración y a la meditación. Durante el día recitaba mantras.
Curiosamente tenía una manera personal de rezar. Pensaba \"si Dios se hizo hombre en Jesús, entonces fue como nosotros: hacía pis, lloriqueaba pidiendo mamar, hacía pucheros cuando algo le molestaba, como el pañal mojado\". Jesús primero habría querido más a María, luego más a José, cosas que explica Freud. Y fue creciendo como nuestros niños, jugando con las hormigas, encorriendo a los perros y, travieso, levantando el vestido a las niñas para verlas furiosas como imaginó Fernando Pessoa.
Rezaba también a Nuestra Señora imaginando cómo ella acunaba a Jesús, cómo lavaba los pañales en el tanque, cómo cocinaba la papilla para el Niño y los guisos fuertes para el buen José. Y se alegraba interiormente con tales ideas porque las sentía y vivía como conmoción del corazón. Y lloraba con frecuencia de alegría espiritual.
Después decidió hacerse religioso, de la orden de los Hermanitos de Foucauld, de esos que viven pobres en medio de los más pobres. Continuó en el mundo. De tarde en tarde se reunía con su fraternidad. Creó una pequeña comunidad en la peor favela de la ciudad. Tenía pocos discípulos, apenas tres, que acabaron marchándose.
Solo, se agregó entonces a una parroquia que hacía trabajo popular. Trabajaba con los sin-tierra y con los sin-techo. Valiente, organizaba manifestaciones públicas frente a la Alcaldía y promovía ocupaciones de terrenos baldíos. Y cuando los sin-tierra y los sin-techo conseguían establecerse, hacía hermosas celebraciones ecuménicas con muchos símbolos.
Y todos los días, hacia las 10 de la noche, entraba en la iglesia oscura. Solamente la lamparina lanzaba destellos titubeantes de luz, transformando las estatuas muertas en fantasmas vivos y las columnas erectas en extrañas brujas. Y se quedaba allí hasta las 11, todas las noches, impasible, fijos los ojos en el tabernáculo.
Un día fui a la iglesia a buscarlo. Le pregunté de sopetón: Hermanito (no voy a revelar su nombre para no que no sea identificado), ¿tú sientes a Dios cuando después del trabajo te metes en la iglesia a escucharlo? ¿Él te dice algo?
Con toda tranquilidad, como quien despierta de un sueño profundo, me contestó: Yo no siento nada. Hace mucho tiempo que no escucho su voz. La sentí un día. Era fascinante. Llenaba mis días de música. Hoy ya no escucho nada. Tal vez Dios no me hablará nunca más. Y entonces, repliqué, ¿por qué sigues, todas las noches, ahí en la oscuridad sagrada de la iglesia? Sigo ahí, respondió, porque quiero estar disponible. Si Él quiere manifestarse, salir de Su silencio y hablar, aquí estoy yo para escuchar. ¿¡Y si Él quiere hablar y yo no estoy aquí!? Porque, cada vez, él viene únicamente una sola vez, como en otros tiempos...
Lo dejé en su plena disponibilidad. Me fui maravillado y meditativo. Es por estas personas por las que el mundo no es destruido y Dios sigue manteniendo su misericordia a pesar de la perversidad humana: porque ellos vigilan y esperan -contra toda esperanza- el adviento de Dios que tal vez nunca ocurrirá.

Leonardo Boff
Disfruté tanto, tanto
cada parte...
y gocé tanto, tanto
cada todo...
que duele menos cuando partes
porque aquí te quedas
de algún modo

Silvio Rodriguez